El corazón latía rápido. Los rostros de la gente no
importaban demasiado, ni siquiera ir parada con la mochila a cuestas. Cuando uno
tiene que regresar a casa y lo espera un
micro que en treinta minutos partirá hacia destino el tiempo cobra fuerza
arrasadora. Bajarse en una estación
equivocada y sin dinero chileno para cargar la tarjeta me puso los pelos de
punta. El guardia de seguridad expresó: “Se
confundieron de estación y deben pagar otro boleto” Mi rostro atónito. Explico
la situación y luego de una sonrisa tímida nuestro guardia abre el molinete y
nos indica bajar por el ascensor para tomar nuevamente el tren. ¿Ángel
guardián? Respiro sin perder la calma.